Flores que pesan historia:
la herencia de don Marco Aurelio, silletero de corazón

En una casa colorida de Santa Elena, el corazón verde y floreado que rodea a Medellín, don Marco Aurelio se mueve entre flores y plantas como si navegara por su propia memoria. Sus manos curtidas, que alguna vez aprendieron de su padre a armar y cargar silletas, hoy dirigen con precisión milimétrica el rompecabezas floral que, año tras año, cautiva a miles de personas en el Desfile de Silleteros, el cual se realiza en la popular Feria de las Flores de la capital antioqueña.
Marco Aurelio nació en 1957, el mismo año en que Medellín celebró el primer Desfile de Silleteros. Su padre fue uno de los pioneros y desde niño lo llevó a conocer el arte de armar silletas, esas estructuras de madera adornadas con flores que hoy son símbolo internacional de la ciudad. “Antes las silletas eran más sencillas, una cajita pequeña que cargábamos a la espalda. Con el tiempo fueron saliendo las monumentales, las emblemáticas, las comerciales. Hoy todo es más grande, más elaborado, y cada año hay que sorprender al público que se emociona mucho con nuestro trabajo”, cuenta Marco Aurelio.
Aquel primer desfile que vivió como silletero lo recuerda con nitidez: “Yo me moría de las ganas de cargar una silleta. Tenía como 12 años. Me tocó ir a Bogotá, primera vez que montaba en avión. Iba nervioso, pero feliz. Desfilamos allá en el encuentro de las ´Dos Colombias´. Desde ese día supe que este oficio era para mí”.
Hoy, medio siglo después, su taller es una escuela para sus hijas y nietas, quienes lo ayudan a cortar flores, armar figuras y mantener viva la tradición. “Si hoy o mañana yo ya no pueda cargarla, cualquiera de ellas seguirá. Este legado no se puede perder”, dice. Además, su nieta xxxx de 15 años ya hace parte del desfile de silleteros, en la categoría juvenil. Aquí se demuestra como el legado trasciende de generación en generación.
Su historia está marcada por la tradición. Desde los 15 años tomó la enseñanza de su padre quien le cedió un contrato para participar en el desfile. Esto fue heredar no solo un papel que le daba derecho a desfilar, sino también el compromiso de mantener viva la cultura de un departamento. “Él me dijo: ‘yo ya no puedo cargar esas silletas, yo se la voy a ceder a usted. Y no la venda, no lo venda’. Así fue como empecé”, cuenta con orgullo Marco Aurelio.
El armado de la silleta
Armar una silleta no es tarea sencilla. Marco Aurelio explica cada paso mientras sus manos trabajan sin pausa: “Primero hacemos el esqueleto de madera, luego la decoración de base. Sobre eso montamos la corona y las figuras, todas con flores naturales. Aquí no se puede usar nada artificial. Empezamos a diseñar desde mucho antes de que nos entreguen el diseño que vamos a plasmar con flores. A veces nos dan retos difíciles, pero a mí me gustan. Uno aprende más así”.

Las flores llegan, en su mayoría, de cultivos locales: hortensias, margaritas, claveles, pinochos. Otras se consiguen en invernaderos de Rionegro o viveros de la región. Entre las favoritas está la “vida”, una pequeña flor que permite ser pintada para resaltar detalles de los diseños. “Es un trabajo de 15 a 20 días, a veces más. Hay que darle tregua a la flor. Se arma con paciencia, pieza por pieza, como un rompecabezas”.
El desfile es la culminación de todo el esfuerzo. “Una silleta comercial pesa entre 90 y 100 kilos. El recorrido es de 2,4 kilómetros, pero uno va parando, disfrutando los aplausos. A veces son cinco horas con la silleta al hombro. El cansancio no se siente. Uno se siente rey con ese cariño de la gente. Es como si todo el trabajo que uno hizo valiera oro”.
Su voz se quiebra un poco cuando habla del significado de ser silletero. “Para mí es lo único, todo en mi vida. Yo nací con esto. Me siento orgulloso de representar a mi vereda, a mi familia, a Medellín”.
La tradición silletera es también un reflejo de la historia paisa. Antes de convertirse en símbolo turístico, las silletas eran un medio de transporte para productos. Los campesinos las usaban para cargar flores, alimentos y semillas desde Santa Elena hasta el centro de Medellín. “No había transporte. Bajábamos a pie por la cuesta de Mayo, hasta la plaza Cisneros. Allá vendíamos las flores y regresábamos. Después llegaron las chivas, pero antes todo era a pie, con la carga al hombro”.
Ese esfuerzo diario llamó la atención de los habitantes de la ciudad, quienes comenzaron a admirar a los campesinos cargando flores. Fue entonces cuando surgió la idea de un desfile para honrar su labor. En 1957 se organizó el primero, con apenas 18 silleteros. Hoy participan cerca de 500.
El oficio se transmite de generación en generación. Los contratos, explica Marco Aurelio, son herencias familiares que aseguran la continuidad de esta tradición. “Mi papá fue uno de los primeros en tener contrato. Cuando ya no pudo cargar, me lo cedió. Así pasa de padres a hijos, de abuelos a nietos. Aquí en Santa Elena hay 17 o 18 veredas y en cada una hay silleteros. Nosotros somos del Placer, donde vive casi toda mi familia. Hemos ganado premios, pero lo más bonito es mantener vivo este arte”.

La admiración del público
En su taller, mientras coloca flores de diferentes colores sobre una figura, don Marco Aurelio recibe a curiosos y turistas con una sonrisa.
“Aquí siempre es bienvenido el que quiera aprender. A veces vienen extranjeros a ver cómo trabajamos. Se sorprenden de ver todo hecho a mano. Uno les explica y se emocionan. Para nosotros es un orgullo mostrar lo que hacemos”
El ambiente huele a flores frescas y alrededor se pasean las abejas quienes hacen un muy buen trabajo polinizando de flor en flor. Sobre la mesa descansan herramientas sencillas: martillo, tijeras, pegante. Todo se hace con precisión artesanal. “La estructura de la silleta puede durar hasta medio año si se cuida bien, ya la corona con flores frescas se daña en unos ocho días, pero para nosotros el desfile es el momento cumbre. Verla armada y verla desfilar, es como ver un hijo”, comenta.
Al final de la tarde, Marco Aurelio se detiene un momento, se limpia el sudor y observa el trabajo adelantado. Su voz se suaviza: “El cariño y la admiración de la gente son la recompensa. Uno siente que no es cualquier cosa, que el esfuerzo de uno vale. Yo me siento feliz, orgulloso. Esto es lo que me ha dado todo en la vida”, concluye con dulzura.