En Colombia, la belleza es memoria y diversidad. La Ruta Libertadora es prueba viva de ello. Atraviesa seis departamentos —Arauca, Boyacá, Casanare, Cundinamarca, Norte de Santander y Santander— y conecta 40 municipios donde la gesta de Independencia se transformó en turismo cultural. Hoy, este mismo camino invita a los viajeros nacionales y extranjeros a recorrer territorios que unen historia, gastronomía, arte y hospitalidad en un mosaico único.
En 1819, en apenas 77 días, un ejército mestizo y diverso atravesó ríos, llanuras y montañas, cruzó páramos imposibles y llegó hasta Santafé —como entonces se llamaba Bogotá— con una victoria que cambió el destino del continente. Esa travesía, que partió de Arauca y avanzó por Casanare, Boyacá, Santander, Norte de Santander y Cundinamarca, no fue solo una hazaña militar: fue un encuentro de pueblos y culturas. Hoy, cada parada es escenario de experiencias turísticas que invitan a vivir la independencia con los sentidos.
En Arauca, la Ruta comienza en la homónima capital y en Tame, donde la sabana inmensa se llena de joropos, cantos de vaquería y gastronomía llanera: carne a la perra, tungos y hayacas que conectan pasado y presente.
En Casanare, los municipios de Hato Corozal, Paz de Ariporo, Pore, Támara y Nunchía evocan la vida de los lanceros. Pore, antigua capital provisional de la república, conserva un legado histórico, mientras que las cocinas campesinas y el agroturismo abren la puerta a experiencias auténticas.
En Boyacá, el relato se vuelve épico: desde Paya y Pisba, donde la tropa cruzó los páramos helados, hasta Socha, Tasco, Corrales y Gámeza, donde comunidades enteras sostuvieron la causa. Municipios como Betéitiva, Tutazá, Belén, Cerinza, Santa Rosa de Viterbo, Duitama y Paipa son memoria viva, entre plazas coloniales y cocinas de leña que ofrecen cuchuco y mazamorra. El camino avanza por Tuta, Toca, Chivatá, Tunja y Ventaquemada, hasta llegar al Puente de Boyacá, donde se selló la Independencia.
En Santander, más allá de Socorro, Pinchote y Charalá, se recuerda con fuerza la Batalla de Pienta, un levantamiento popular en el que mujeres, campesinos y artesanos resistieron con heroísmo, contribuyendo al éxito patriota en el Pantano de Vargas. Hoy, dulces típicos, ferias locales y artesanías en fique complementan la experiencia.
Por su parte, en Norte de Santander diferentes municipios como Pamplona, Cúcuta, Villa del Rosario y Ocaña son claves para comprender cómo se fraguó la unión de las fuerzas neogranadinas y venezolanas. Pamplona, con su arquitectura colonial y su gastronomía andina, sorprende a quienes recorren el oriente del país.
En Cundinamarca, los pueblos de Villapinzón, Chocontá, Suesca, Nemocón, Zipaquirá, Cajicá y Chía abren el camino hacia la capital. En cada uno se pueden encontrar mercados campesinos, oficios tradicionales y paisajes de montaña. La Ruta culmina en Bogotá D.C., donde la historia libertadora encuentra su desenlace.
caminar la ruta libertadora es revivir la idea que nos hizo país.
Es historia con sabor, música, memoria y hospitalidad.
Mujeres, saberes y orgullo local
La Ruta Libertadora no se entiende sin las mujeres que la sostuvieron. Antonia Santos en el Socorro, Simona Amaya en Paya, las Juanas en múltiples pueblos y María Josefa Canelones, que dio a luz a Patricio Libertad en Pisba, hoy son homenajeadas y honradas en ferias, museos y relatos turísticos. Sus descendientes y herederas culturales transmiten esa fuerza en talleres artesanales, cocinas tradicionales y liderazgos comunitarios que hacen del turismo cultural una experiencia humana y transformadora.
La gastronomía es otro hilo conductor. En cada departamento se cocina la memoria: tungos y asados en los llanos; arepas boyacenses, mazamorras y quesos en la montaña; hormigas culonas, dulces de guayaba y guarapo en Santander; tamales y panes típicos en Cundinamarca. Degustar estos platos es revivir las ollas comunales que alimentaron al ejército libertador.
La libertad también se cocinó en ollas comunales. Hoy se sirve en cazuelas de barro, arepas de maíz pelao y carne asada al fuego del llano.
Un turismo cultural que une territorios
La Ruta Libertadora integra 80 experiencias (dos por cada municipio), construidas con y para las comunidades. Están organizadas en Modelos de Operación Turística (MOT), los cuales definen desde la logística y los servicios hasta la narrativa interpretativa. El resultado son recorridos urbanos, pasadías gastronómicos, caminatas por páramos y montañas, talleres artesanales, ferias campesinas, festivales musicales y circuitos de bienestar que garantizan calidad, sostenibilidad y sentido.
Este producto turístico está diseñado para visitantes nacionales que buscan redescubrir sus raíces y para extranjeros que desean explorar Colombia a través de experiencias auténticas y profundas. Caminar por el páramo de Pisba, escuchar joropos en Tame, visitar museos en Pamplona, probar un dulce típico en Charalá o descubrir los tejidos de Ocaña son maneras de vivir un turismo cultural que trasciende la historia y transforma territorios.
La Batalla de Pienta en Charalá y la victoria en el Puente de Boyacá resumen lo que significa la Ruta: la unión de pueblos diversos para conquistar la Independencia. Hoy, recorrerla es sentir ese mismo espíritu en plazas, museos, cocinas y senderos.
La Ruta Libertadora es presente con propósito, es un corredor cultural y turístico que honra la independencia, fortalece la memoria y dinamiza las economías locales.
Recórrela y descubre en cada pueblo la fuerza de una nación que se hizo libre y que hoy se conoce en todo el mundo como el País de la Belleza, donde el turismo cultural es motor de identidad, reconciliación y desarrollo.
Para más información, se puede consultar la ‘Guía interpretativa de la Ruta Libertadora’ y cada uno de los atractivos que hacen parte de ella.
Monumento a los Lanceros del Pantano de Vargas. Paipa, Boyacá