Por:
Alejandro Gómez

Audiovisual:
Alexandra Marín
y Laura Arboleda

A menos de una hora de Cartagena, hay un lugar donde el tiempo se cuenta y se canta a la vez. Acá la historia no solo se escribe en los libros, sino que también se narra en los cantos, en las trenzas, en los tambores que no se descansan y en las manos de las mujeres que curan, enseñan y resisten. Su nombre es San Basilio de Palenque, un territorio que ha hecho de sus calles memoria viva y en el que el eco de su libertad resuena con el pulso valiente de quienes lucharon por ella. Acá la reconciliación se practica, se transmite y se celebra. 

En 1714,

Palenque se convirtió en el primer pueblo libre de América, fundado por esclavos que decidieron romper sus cadenas, huir del yugo tirano que los sometía y fundar un lugar en el que cada ser humano sería igual, con los mismos derechos. Sin embargo, su historia no terminó allí.  Este relató evolucionó colectivamente hasta convertirse en una cultura enraizada, tejida con saberes ancestrales, liderazgos comunitarios y, sobre todo, en la que las mujeres tienen un rol protagónico a través de su fuerza, sabiduría y cuidados. 


Aquí la resistencia es algo que se aprende desde que se nace, porque hace parte de la identidad de sus habitantes. Cada gesto cotidiano —la música que se oye, las palabras que se dicen, las trenzas que se peinan— tiene detrás una historia de lucha. El cuerpo, en Palenque, es territorio. Y cada paso que se da honra a los ancestros.

Hoy, recorrer Palenque es explorar el alma de África en América. Es escuchar la lengua palenquera —reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco— y descubrir que el idioma puede ser una forma de resistencia. Es ver a las mujeres mayores preparar el enyucado o el arroz con coco mientras cuentan historias que no están en Wikipedia, pero que lo explican todo. 

Quien visita Palenque ingresa a una escuela viva sobre lo que significa resistir, en la que se mantiene viva la memoria del tambor, la valentía de la lengua y la bravura de los mayores que lucharon por la libertad de sus descendientes.  

El poder de las sabedoras 

En Palenque, las mujeres son las guardianas de la vida. Son las médicas tradicionales que sanan con plantas y palabras; son las cocineras que mezclan herencia y sabor; son las matronas que guían con ternura firme. Son también las lideresas que han hecho del cuidado colectivo un acto político. 

Hablar con una mujer palenquera es recibir una clase magistral de historia oral, de reconciliación cotidiana, de dignidad sin estridencias. Como María del Carmen, conocida como la Tata, quien desde hace décadas acompaña partos y despedidas, celebraciones y duelos, enseñando a cada generación que en Palenque se honra la vida. 

“Cuando hablamos de las mujeres, hablamos de las sabedoras. Las que curan, las que paren, las que enseñan. El alma de este pueblo está hecha de su voz. Sin ellas, Palenque no canta”. 

Esa frase, dicha por un líder local, resume lo esencial: sin las mujeres sabias, no hay transmisión de cultura, ni espiritualidad, ni comunidad posible. Ellas son la raíz y el fruto.  

Reconciliación desde la raíz 

En Palenque la reconciliación no es un discurso de escritorio. Es una práctica tejida entre generaciones. Aquí, la música —el bullerengue, la champeta palenquera, los sones de tambor— se siente en el cuerpo al tiempo que se transforma, a través del ritmo, en pedagogía del alma. Danzar, entonces, deja de ser un espectáculo para transformarse en memoria en movimiento. 

La reconciliación se da cuando los jóvenes aprenden de los mayores sin perder su identidad; cuando el turismo llega con respeto y no con extractivismo; cuando las historias del conflicto se transforman en relatos de orgullo y no de vergüenza. 

Cada niño que aprende lengua palenquera, cada receta que se cocina en fogón de leña, cada historia que se cuenta al atardecer… es una manera de decirle al mundo que la historia palenquera, sus luchas, sus historias, sus ritmos, sus sabores y sus palabras siguen aquí, vivas como tradición imperecedera. 

Por eso Palenque no solo resiste: inspira. Porque demuestra que un territorio puede sanar sin olvidar, que puede enseñar sin moralizar, que puede acoger sin perderse. 

Un viaje al corazón del País de
la Belleza
 

Puede, sobre todo, sentarse a escuchar. A dejarse tocar por un territorio donde el pasado y el futuro conversan sin miedo. 

Sí al turismo, pero con dignidad. Quien visite esta tierra de resistencia debe entender que este no es un lugar para la foto fácil, sino para el alma atenta. Porque más allá del folclor, Palenque es sinónimo de presente y de resistencia viva. Es, sobre todas las cosas, un espejo en el que Colombia puede mirarse con orgullo y humildad.

San Basilio de Palenque es el País de la Belleza en su forma más profunda: belleza que nace del dolor, pero florece con alegría; belleza que canta, que cura, que camina con dignidad.  

Quien quiera hablar de reconciliación en Colombia, debería empezar aquí, en el primer pueblo libre de América. 

Estar en Palenque es llevarse una experiencia que transforma, una postal que se graba en el alma. Aquí, cada visitante puede recorrer la ruta de las sabedoras, probar dulces típicos, aprender palabras en lengua palenquera, escuchar una clase de historia en clave de tambor, conocer los tallerse de artesanías hechas con palma de werregue y fibra de plátano.