Turismo

para la paz:  

cuando los territorios se transforman desde la esperanza 

A nueve años de la firma del Acuerdo de Paz, las iniciativas de turismo comunitario lideradas por firmantes demuestran que, a pesar de las dificultades,

el compromiso se mantiene. 

En distintos rincones del país - desde Bolívar hasta el Meta, pasando por Tolima, Caquetá y Guaviare -, el turismo se ha convertido en una herramienta poderosa para tejer confianza, generar ingresos y reconciliar comunidades que alguna vez estuvieron divididas por la guerra. 

En octubre pasado, quince organizaciones conformadas por firmantes de paz se reunieron en el municipio de Mesetas, en el departamento del Meta, para fortalecer sus apuestas colectivas en torno al turismo comunitario, la vida rural y la protección del medio ambiente. Este encuentro demostró que la paz se construye en los caminos, en los cultivos, en las cocinas y en los recorridos compartidos. 

La vida después de dejar las armas 

Hace nueve años, alrededor de trece mil excombatientes se hicieron la misma pregunta: ¿Y ahora qué? Muchos de ellos habían pasado décadas en la guerra y no conocían otro tipo de vida, y la incertidumbre los embargaba. No sabían qué tipo de vida iban a construir, o de qué iban a vivir una vez se desintegraran las Farc como grupo armado.  

A pesar de la incertidumbre, si tenían claro que querían vivir en paz, y poder construir un entorno en la calma que el conflicto no les permitía. “Queríamos vivir en armonía con nosotros mismos, con las familias vecinas y con la naturaleza. Soñábamos con el buen vivir, con una economía basada en la cooperación y la solidaridad”, cuenta Anyi Cárdenas, conocida como Sol, firmante del Acuerdo de Paz e integrante del ETCR Georgina Ortiz, en Vista Hermosa, Meta. 

Allí, en lo que alguna vez fue una zona veredal, nació Oriente Verde Turismo Comunitario Integral, una iniciativa que combina agroecología, bioconstrucción y experiencias de turismo rural. “El turismo comunitario fue nuestra forma de integrar lo social, lo ambiental y lo económico”, explica Sol. 

Muy pronto se dieron cuenta de que los espacios que habitaban, y que eran vetados para los colombianos debido al conflicto armado, eran sitios hermosos, con un potencial para diversos tipos de turismo.   

El proyecto tomó forma tras años de aprendizaje con el SENA, Parques Nacionales y varias universidades. Construyeron cabañas ecológicas, delimitaron áreas productivas y crearon una galería a cielo abierto con murales que narran la historia de su territorio. Así nació el Festival Georgina Ortiz se Pinta de Colores, y con él, la Ruta del Color, un recorrido que conecta arte, memoria y reconciliación. 

El turismo es un puente que une todo

No todo ha sido fácil en estos nueve años. La violencia de otros grupos armados aún crea amenazas, y estas comunidades de firmantes han sido sujetas de varios desplazamientos. Sin embargo, a pesar de todo han logrado reubicarse para volver a empezar y mantener su compromiso con la paz.   

Hoy, en el nuevo predio El Torreón, trabajan en un esquema de turismo sostenible con rutas de avistamiento de aves y actividades de educación ambiental. “El turismo es un puente que une todo —dice Sol—: nos permite cuidar el territorio, fortalecer la organización y enseñar a los niños que existen formas diferentes de vida, basadas en la solidaridad y el respeto por la naturaleza.” 

Agua Bonita: del silencio al color 

A más de 300 kilómetros de allí, en el municipio de La Montañita (Caquetá), otro proceso demuestra que el turismo puede ser un camino de reconciliación. Reinaldo Martínez, conocido como Diego, es uno de los fundadores de Turipaz —Turismo Integral para la Paz, una iniciativa nacida en el Espacio Territorial de Agua Bonita. 

“Cuando llegamos aquí no había nada —recuerda Diego—. Solo un terreno y el deseo de hacer las cosas diferentes.” Con el tiempo, los firmantes construyeron sus viviendas, sembraron la tierra y encontraron en el turismo una oportunidad para compartir su historia con el país. 

Así surgió la Ruta de la Memoria, donde los visitantes pueden conocer cómo una antigua zona de guerra se transformó en un espacio de vida. Los murales, pintados por los propios habitantes, narran el tránsito del conflicto hacia la esperanza. A ella se suman otras experiencias como la Ruta Ambiental, la Ruta Productiva y la Ruta Cultural y Gastronómica, que combinan naturaleza, trabajo campesino y tradiciones locales. 

“En Turipaz decimos que hacemos turismo con propósito”, afirma Diego. “Cada recorrido tiene un mensaje: la paz se construye desde lo cotidiano, desde el respeto y el trabajo colectivo. Cuando los visitantes se sientan con nosotros a tomar un café, entienden que la guerra no nos define; lo que nos define es la capacidad de transformar.” 

La paz de colores 

De esa visión nació el festival Agua Bonita se Pinta de Colores. “Para nosotros la paz no es de color blanco, sino de todos los colores” afirma Diego. “Por esa razón creamos este Festival, para representarla como queremos”. Cada año, campesinos, artistas, estudiantes y turistas llegan a participar en esta fiesta de la memoria. Las casas coloridas, las canciones campesinas y las muestras gastronómicas han hecho de Agua Bonita una galería viva que atrae a visitantes nacionales y extranjeros. 

Hoy, los murales de Agua Bonita y los de la Georgina Ortiz dialogan entre sí: son capítulos de una misma historia que demuestra que el turismo puede ser arte, memoria y motor de transformación. 

Tender redes para expandir el turismo de paz 

El siguiente reto para estas 15 organizaciones que se reunieron en Mesetas es consolidar una red de emprendimientos para compartir las experiencias y lecciones aprendidas. Su objetivo es recibir cada vez más visitantes que estén dispuestos a hacer un turismo diferente, y a llegar a territorios que aún no se han consolidado como destinos.  

Esta se llama Red Comunitaria de Turismo, Paz y Reconciliación (TUPAR), que agrupa a iniciativas de distintas regiones, y que se ha ido consolidando a medida en que los emprendimientos que la componen se van fortaleciendo. La meta es crear un corredor de paz y turismo rural en el mapa nacional. 

Las historias de estas 15 organizaciones son testimonio de que la paz no solo se firma: se siembra, se camina y se construye día a día. El turismo comunitario ha permitido que antiguos territorios de guerra se conviertan en escenarios de encuentro, aprendizaje y esperanza, donde cada visitante es testigo del poder transformador de la reconciliación.  

En cada mural, en cada sendero y en cada sonrisa compartida, se refleja la fuerza de quienes decidieron cambiar las armas por los sueños y demostrar que otro país sí es posible. Una manera de apoyarlos es conocer sus emprendimientos, visitar estos territorios y atreverse a hacer un turismo diferente, que explore los antiguos territorios del conflicto y que aprendamos de la memoria histórica de quienes se comprometieron a hacer la paz.