Por:
Ana Artunduaga

Audiovisual:
Laura Arboleda

Bogotá, una ciudad con más de diez millones de habitantes, se caracteriza por su diversidad, su dinamismo cultural y su constante transformación. En medio de su inmensidad urbana, existen territorios que durante años han sido señalados, invisibilizados o estigmatizados.Sin embargo, hoy muchos de esos lugares se reinventan desde las voces de sus propios habitantes, abriendo caminos hacia nuevas formas de habitar, narrar y compartir su historia.

Uno de esos territorios es Ciudad Bolívar, una localidad ubicada en el sur de la capital, que ha enfrentado históricamente enormes desafíos sociales, económicos y de infraestructura, pero que hoy emerge como un referente nacional de turismo comunitario, arte urbano y memoria viva gracias a iniciativas como Bogotá Colors. 

El barrio Mirador El Paraíso, en particular, ha sido testigo de profundas transformaciones. Desde su nacimiento, ha estado marcado por la llegada de comunidades desplazadas, el abandono estatal y la lucha cotidiana por la dignidad. Pero también ha sido cuna de líderes sociales, artistas, mujeres valientes y jóvenes soñadores que, con creatividad y trabajo colectivo, han decidido cambiar el relato de su territorio. El estigma del conflicto y la violencia está dando paso a una narrativa nueva: la de una comunidad resiliente, que se organiza, crea y acoge. 

Bogotá Colors nació en 2016 como una respuesta concreta a esa necesidad de resignificar el espacio, reconectar con la memoria y fortalecer la identidad local. Esta iniciativa fue creada por Luisa Fernanda Sabogal, diseñadora gráfica y gestora cultural, y Michael Esteban Rojas Bernal, artista urbano. Juntos imaginaron un proyecto donde el arte no fuera decorativo, sino una herramienta de transformación real. Desde entonces, han trabajado de la mano con la comunidad para convertir las calles en galerías a cielo abierto, en escenarios donde se cuentan historias desde las paredes, desde los colores y desde las vivencias que habitan cada rincón del barrio. 

A través del muralismo, Bogotá Colors ha logrado posicionar a Ciudad Bolívar como un destino cultural emergente dentro de la capital. Sin embargo, más allá del impacto visual, el proyecto apuesta por una transformación profunda. El arte se convierte en un lenguaje común, un punto de encuentro para vecinos, visitantes y artistas. Aquí, pintar un muro no es solo embellecerlo; es resignificarlo. Cada trazo representa una memoria recuperada, una historia contada desde la voz de quien la vivió.

El arte como representación de la resignificación 

Uno de los espacios más representativos del proyecto es la Calle del Color. Lo que antes eran muros deteriorados y grises, hoy es un corredor lleno de vida, en donde los murales cuentan historias de desplazamiento, resistencia, cultura y sueños colectivos.

Esta calle se ha convertido en un símbolo de transformación social y un punto de atracción para el turismo consciente. No es raro ver a visitantes caminando con curiosidad, guiados por jóvenes del barrio que les narran el significado de cada obra, el contexto de cada mural y los procesos comunitarios que lo hicieron posible.

El turismo comunitario que impulsa Bogotá Colors va mucho más allá de una experiencia turística convencional. Es una apuesta por un modelo de economía circular, donde todos los actores locales participan y se benefician: desde las tiendas de barrio y los restaurantes familiares, hasta los artistas, artesanos, mujeres emprendedoras y adultos mayores. El proyecto ha generado una red de colaboración en la que el arte, la memoria, el trabajo colectivo y la solidaridad se entrelazan para fortalecer la economía local y el sentido de pertenencia.

Mayerli Peña describe este lugar con emoción y orgullo:

"Es un espacio que nació con el propósito de visibilizar a la población mayor, para que quienes visitan el barrio puedan descubrir la historia que lo habita. A través de las voces de los adultos mayores, entendemos cómo ha cambiado el territorio: pasamos de andar en mula, luego a pie, y ahora en TransMiCable. Esta memoria colectiva se refleja en las artesanías, que simbolizan la manera de unir las piezas rotas del pasado. A lo largo del camino, las personas mayores han tenido que reconstruirse, y este lugar honra esa resiliencia." 

Dentro de este ecosistema comunitario, destaca de manera especial la Casa del Adulto Mayor, dirigida por Mayerli Peña, una mujer comprometida con la dignificación de la población mayor del barrio. La casa nació como un espacio para visibilizar a los adultos mayores, pero rápidamente se convirtió en un lugar donde se reconstruyen memorias, se tejen saberes y se impulsa la creatividad. Allí, las personas mayores participan en la elaboración de artesanías con materiales reciclables, como manillas, bolsas, adornos y productos que no solo generan ingresos, sino que también cuentan historias y promueven el cuidado del medio ambiente. 

Este tipo de iniciativas, donde la economía se entrelaza con la memoria y la cultura, representan un modelo inspirador para otros territorios del país. En la Casa del Adulto Mayor no solo se producen objetos; se reconstruye tejido social. Se reconoce a los mayores como portadores de saber, como testigos de la historia y como agentes activos de la transformación. Sus relatos se convierten en lecciones de vida para las nuevas generaciones y sus manos siguen creando futuro desde el presente. 

El papel de las mujeres en este proceso ha sido también fundamental. Muchas de ellas, como Mayerli, han liderado proyectos, gestionado recursos, convocado a la comunidad y sostenido los espacios de encuentro. Su rol ha sido motor de cambio, sobre todo en un contexto atravesado por la desigualdad, la violencia de género y la precariedad económica. Las mujeres de Ciudad Bolívar no solo cuidan; también crean, lideran y enseñan. Son las que sostienen la olla comunitaria, organizan los recorridos, decoran los espacios y producen arte con significado. 

El turismo en Ciudad Bolívar no responde a una lógica tradicional. Aquí no hay grandes hoteles ni paquetes masivos. Lo que se ofrece es una experiencia auténtica, donde cada visitante se convierte en parte del proceso.

A través de recorridos guiados, talleres artísticos, visitas a emprendimientos locales y encuentros con líderes comunitarios, los turistas no solo conocen un territorio, sino que se conectan con una realidad que muchas veces ha sido ignorada o malinterpretada. La riqueza de esta experiencia radica en su capacidad para humanizar, para generar empatía y para mostrar la belleza que existe incluso en medio de la adversidad. 

Los jóvenes también son protagonistas de esta transformación. Muchos de ellos, antes vinculados a dinámicas de violencia o sin oportunidades claras de futuro, han encontrado en el arte y el turismo comunitario un camino diferente. Se han formado como guías, muralistas, emprendedores o fotógrafos, y hoy no solo generan ingresos, sino que también construyen una nueva identidad para su barrio. Jóvenes que antes eran invisibles, hoy toman la palabra, guían grupos de visitantes, explican el valor de cada mural, o venden sus propias creaciones con orgullo.  

Uno de los logros más importantes de Bogotá Colors es haber construido redes sólidas de colaboración y confianza. El proyecto no funciona desde una lógica vertical, sino que se basa en el diálogo, la participación y la autogestión. Desde 2016, ha logrado sostenerse gracias al compromiso de sus líderes y a la capacidad de movilizar recursos propios, con el apoyo ocasional de aliados estratégicos. Esta autonomía ha permitido que el proyecto mantenga su esencia comunitaria, sin perder de vista sus valores fundamentales

Hoy, Ciudad Bolívar empieza a ocupar un lugar en el mapa cultural y turístico de Bogotá. Ya no es solo un territorio de paso ni un lugar marcado por el estigma. Es una comunidad viva, diversa y potente que tiene mucho que decir. Los medios, las universidades y las instituciones comienzan a mirar hacia este lugar con otros ojos. Se abren nuevos negocios, crecen los emprendimientos, y sobre todo, se fortalece la autoestima colectiva. La gente empieza a sentirse orgullosa de su territorio, de sus colores, de su historia.

Bogotá Colors y sus procesos asociados no solo son una experiencia local, sino un ejemplo replicable para otras comunidades del país que buscan formas sostenibles, inclusivas y creativas de desarrollo. La combinación entre arte, turismo y memoria es una fórmula poderosa que no requiere grandes inversiones, sino voluntad, organización y amor por el territorio. Lo que sucede en Ciudad Bolívar es la prueba de que sí es posible construir otras realidades, desde abajo, desde lo colectivo, desde lo cotidiano.   

La apuesta es clara: transformar el dolor en expresión, el abandono en encuentro, y el estigma en orgullo. Y lo están logrando. Cada mural, cada manilla, cada recorrido guiado, cada sonrisa de un visitante que se despide agradecido, es una prueba más de que el turismo comunitario puede ser una herramienta real de cambio social. Como lo resumen los propios líderes del proyecto:

"Queremos que Ciudad Bolívar sea reconocida a nivel nacional e internacional, no desde el prejuicio, sino desde su capacidad de crear, de acoger y de resistir. Queremos vivir del turismo, sí, pero sobre todo vivir con dignidad y alegría en nuestro territorio."

El camino no ha sido fácil, pero la fuerza colectiva de la comunidad, la creatividad de sus artistas y el compromiso de sus líderes han demostrado que otro modelo de ciudad es posible. Uno donde el turismo no desplaza, sino que construye. Donde el arte y la unión sean el puente entre la comunidad y los turistas, se vale soñar y buscar procesos que trabajen en la construcción de una nueva memoria, sin dejar de lado el pasado, buscando siempre transformar y crear nuevos caminos de paz y resiliencia.