El fuego que enciende
el alma del territorio

Por:
Sarah Ávila Chacón 

Audiovisual:
Laura Arboleda

El fuego fue el primer lenguaje que compartieron los participantes del diplomado en Turismo rural sostenible. No solo por la "ceremonia de la luz" —una práctica colectiva al cierre del proceso donde cada estudiante encendió simbólicamente la llama de su territorio—, sino porque su presencia marcó la totalidad de la experiencia formativa: estuvo en las noches de conversación, en las dinámicas del ser y en la voluntad compartida de transformarse. 

Esta herramienta simbólica acompañó el proceso de formación del ser, un componente del diplomado diseñado para fortalecer habilidades personales como la empatía, el liderazgo y la toma de decisiones. Más allá de conceptos teóricos, se trató de un entrenamiento vivencial donde los participantes aprendieron a reconocerse en comunidad y a proyectarse como líderes en sus regiones. 

En la ceremonia de graduación, a plena luz del día, los 255 participantes elevaron un globo gigante construido por ellos mismos. Cada uno aportó al proceso: desde la confección hasta el encendido con antorchas. El resultado fue una imagen potente del esfuerzo colectivo y de la capacidad de hacer posible lo que parecía improbable. 

un símbolo

compartido

El Pacífico:

territorio de origen y desafío 

Los participantes de esta cohorte provenían del litoral Pacífico: Cauca, Nariño, Chocó y Valle del Cauca. Territorios con una biodiversidad excepcional y una riqueza cultural profunda, pero también marcados por el conflicto armado, la exclusión social y la falta de inversión estatal.

Durante un mes, vivieron en el Parque Panaca, en Quindío, donde se implementó un modelo de formación integral. Las jornadas, de 8:00 a. m. a 10:00 p. m., combinaban formación técnica en turismo rural con dinámicas de desarrollo humano. En las palapas donde se hospedaron —estructuras abiertas, de dos niveles— se organizaron por grupos, establecieron normas de convivencia y ejercieron liderazgo comunitario. Este entorno permitió que los aprendizajes no se quedaran en el aula: la convivencia fue, en sí misma, una forma de aprendizaje práctico. 

carlitos:

poesía para el visitante

Carlos Óscar Gamboa, de Nuquí (Chocó), llegó al diplomado con una historia que comenzaba mucho antes: su niñez entre playas, el turismo artesanal que impulsaba su abuelo y un sueño que lo hizo regresar desde Bogotá a sus raíces. Ese sueño lo convirtió en visión.

Durante el proceso, consolidó su proyecto ‘Carlitos Tours’, una propuesta de turismo regenerativo que une caminatas por la naturaleza con recitales de poesía. Su objetivo es ofrecer experiencias de reconexión con la esencia del Pacífico. Actualmente avanza en la legalización de su emprendimiento y ha empezado a generar alianzas con jóvenes de su comunidad. 

Naya:

gastronomía con identidad 

Naya Bonivento, oriunda de La Guajira y radicada en el Valle del Cauca, llegó al diplomado con una trayectoria como chef y un reconocimiento nacional por su destreza en los asados. Su pregunta era directa: ¿cómo hacer de la cocina una herramienta de desarrollo territorial?

Uno de sus platos más recordados fue un pollo con limonaria cocinado al fuego, sin una sola gota de limón: una muestra de cómo la tradición puede dialogar con la innovación. Su propuesta busca posicionar la cocina del Pacífico como patrimonio cultural, reconociendo la sabiduría de las comunidades y su potencial económico. 

Durante el diplomado, ideó encuentros nocturnos donde la fogata servía como punto de encuentro. Mientras cocinaba, otros contaban historias. De ese formato nació su proyecto: una experiencia gastronómica que integra productos autóctonos, rituales de gratitud y cocina ancestral. 

Liliana:

del saber ancestral al emprendimiento 

Liliana Saavedra, nacida en Buenaventura, se formó en informática y agronomía. Desde pequeña convivió con el conocimiento tradicional de su comunidad, especialmente con el uso medicinal del viche: una bebida artesanal con propiedades curativas, utilizada por parteras y sabedores ancestrales.

Su proyecto integró ese saber con una visión empresarial. Diseñó un vivero-bar donde se mezcla coctelería artesanal con plantas medicinales. En Panaca presentó un plan de negocio completo, con manual de marca, propuesta de valor y estructura organizativa. El legado de su abuelo —una botella de viche curada por más de 30 años— fue el punto de partida para una idea que combina memoria, ciencia y sostenibilidad. 

David:

reconstruirse en colectivo 

David Camayo llegó desde Cali con una sola muda de ropa. Durante los primeros días, se mantuvo al margen. Pero, poco a poco, se integró a las dinámicas, participó activamente y encontró en el grupo un espacio de reconstrucción personal. 

Hoy habla con confianza de su proyecto: una iniciativa de turismo comunitario que promueva la protección ambiental en su región. Para él, Panaca fue más que una experiencia educativa: fue el lugar donde redescubrió sus capacidades y estableció una red de apoyo que continúa fortaleciendo. 

Una política pública
con resultados 

Desde 2019, el Diplomado en ‘Turismo rural sostenible’ ha graduado a 4.664 personas. Bajo el gobierno actual, 2.309 culminaron el proceso. El 98 % replicó sus aprendizajes y el 20 % logró formalizarse como prestador turístico. En promedio, sus ingresos aumentaron en un 50 %.

Más allá de los datos, estas cifras se traducen en transformaciones palpables: nuevos emprendimientos, redes comunitarias, liderazgo juvenil y alternativas de desarrollo en territorios históricamente marginados. 

Un cierre
construido por todos 

En la ceremonia de cierre, cada participante aportó a la elevación de un globo gigante. El esfuerzo colectivo detrás de este acto —desde la confección hasta el encendido— simbolizó lo aprendido: el valor del trabajo en equipo, la capacidad de soñar en grande y la convicción de que los procesos comunitarios transforman.