el territorio donde la paz aprendió a caminar 

En el norte del Cauca, entre montañas que alguna vez fueron trincheras y caminos donde el miedo imponía su ley, hoy florece una nueva historia. Miranda, un municipio con alma campesina y espíritu resiliente, está demostrando que la paz no se decreta: se construye día a día, con trabajo, con comunidad y sobre todo, con esperanza. 

Durante décadas, este territorio fue escenario del conflicto armado. La guerra dejó heridas profundas, desplazamientos y silencios. Pero también sembró algo más poderoso: la convicción de que solo desde el arraigo y la dignidad sería posible volver a levantarse. Y en ese proceso, el turismo ha encontrado un papel transformador, capaz de convertir el territorio en un espacio de encuentro, memoria y desarrollo. 

Tras la firma del Acuerdo de Paz, Miranda fue uno de los primeros municipios del Cauca en traducir la palabra “reconciliación” en acciones concretas. Sus comunidades entendieron que la paz no es un punto de llegada, sino un camino que se recorre entre todos. Ese camino hoy se ve en los emprendimientos locales, en las escuelas rurales donde los jóvenes aprenden sobre turismo sostenible, y en los espacios que nacen para la cultura, el deporte y el diálogo. 

La transformación se siente en los parques, en los murales pintados por artistas locales, en las ferias campesinas y en el resurgir de la economía popular. Cada iniciativa, por pequeña que parezca, es una pieza del rompecabezas de un territorio que decidió volver a creer en sí mismo.   

El turismo en Miranda no es un producto, es una pedagogía de paz. Aquí, las rutas turísticas no solo conectan paisajes naturales, también conectan historias. Los visitantes que llegan al municipio encuentran senderos ecológicos que atraviesan fincas cafeteras, talleres artesanales donde se teje con caña brava, y comunidades afro e indígenas que abren sus puertas para compartir su cultura, su música y su gastronomía.  

Los jóvenes se han convertido en guías de su propio territorio. Son ellos quienes conducen caminatas por el cerro de Los Cristales, quienes enseñan el valor ambiental del río Desbaratado o quienes promueven experiencias de agroturismo en las veredas vecinas. Muchos de ellos son hijos de familias que vivieron el conflicto y que hoy encuentran en el turismo una forma de transformar la memoria en oportunidad. 

Miranda forma parte de una región diversa donde el turismo de naturaleza, la economía solidaria y el intercambio cultural se entrelazan. Desde este punto del norte del Cauca se puede acceder a lugares de enorme riqueza natural y simbólica: los paisajes del Macizo Colombiano, las tradiciones del pueblo nasa, los cultivos de caña y café, y los caminos rurales que se abren paso entre montañas cubiertas de neblina y cantos de pájaros.  

En el centro del municipio, la Plazoleta Regional de la Paz se ha convertido en el símbolo más visible de esta transformación. No es solo una obra de infraestructura, es un escenario donde confluyen la cultura, el arte, el emprendimiento y la convivencia. Allí los niños juegan, las familias se reúnen, los emprendedores locales muestran sus productos y los jóvenes organizan actividades culturales. 

Más de treinta mil habitantes se benefician de este espacio que hoy representa el rostro humano del cambio. Su existencia confirma que cuando la inversión pública se orienta a la dignidad y al uso comunitario, los territorios florecen. En Miranda, la plazoleta no reemplaza la historia: la resignifica

Los jóvenes de Miranda son hoy los portadores de una nueva narrativa. En ellos se refleja el tránsito de un territorio marcado por el conflicto hacia uno que se proyecta desde la creatividad y la innovación. Algunos han creado colectivos audiovisuales para registrar las transformaciones del municipio; otros trabajan en proyectos de turismo comunitario, producción de café sostenible o conservación ambiental. Todos comparten la certeza de que la paz también se defiende con oportunidades. 

Las mujeres, por su parte, son la fuerza silenciosa que sostiene esta nueva etapa. Desde las asociaciones gastronómicas hasta los grupos culturales, ellas han tejido redes de apoyo y emprendimiento que no solo dinamizan la economía local, sino que también fortalecen el sentido de comunidad y de pertenencia.  

Miranda es un punto de encuentro entre lo ancestral y lo contemporáneo, entre la resistencia y la esperanza. Su paisaje mezcla el verde intenso de los cafetales con los tonos ocres de la tierra fértil; su gente conserva las tradiciones campesinas y al mismo tiempo apuesta por un futuro donde el turismo es una herramienta para la vida.   

Este municipio, que alguna vez fue noticia por el conflicto, hoy lo es por su capacidad de sanar. 

Quien llega a Miranda no solo descubre un destino: descubre una lección. La de un pueblo que aprendió que la paz también se puede sembrar, cultivar y compartir. 

El visitante descubre también que el turismo, cuando nace del territorio y se construye con las comunidades, no es solo una fuente de ingresos: es una forma de reconciliación, un acto de dignidad y una invitación a mirar el país desde sus caminos más profundos.