Providencia y Santa Catalina: un rincón del Caribe que late con fuerza propia

En el corazón del Caribe, donde el mar se pinta en siete tonalidades y la brisa lleva consigo el aroma del coco y el pescado fresco, se encuentran Providencia y Santa Catalina. Dos islas unidas por un puente peatonal de madera, pero también por una historia de resistencia, una cultura viva y un profundo amor por la tierra y el mar.

Hoy, este territorio insular celebra una nominación que trasciende fronteras: formar parte de los ocho destinos colombianos que compiten en los Best Tourism Villages 2025 de ONU Turismo, un reconocimiento que premia a los pueblos que han hecho del turismo una herramienta de desarrollo sostenible, conservación cultural y bienestar para sus comunidades

Providencia y Santa Catalina son joyas de la Reserva de Biósfera Seaflower, la cual fue declarada como tal por la Unesco. Aquí se extiende una de las barreras coralinas más largas y saludables del planeta, custodiada por manglares, praderas de pastos marinos y especies endémicas que no existen en ningún otro lugar. Sus aguas cristalinas invitan al buceo y al snorkel, pero también a la contemplación de un paisaje que parece detenido en el tiempo.

Tras el paso del huracán Iota en 2020, la comunidad se enfrentó a uno de los mayores retos de su historia reciente. Con una fuerza colectiva admirable, hombres y mujeres reconstruyeron sus hogares, restaurantes, posadas y senderos, apostando por materiales y diseños sostenibles que hoy son ejemplo de adaptación climática.

Cultura raizal: identidad que se comparte

La cultura en estas islas no se limita a ser un atractivo turístico: es el alma de la vida diaria. El pueblo raizal habla creole, español e inglés con la misma naturalidad con la que teje sus redes de pesca o prepara un rondón, el plato emblemático que combina pescado, caracol, dumplings y leche de coco.

Las mujeres son guardianas de tradiciones centenarias: elaboran artesanías con palma, transmiten cantos de mentó y calipso a las nuevas generaciones y lideran emprendimientos turísticos que muestran el territorio desde su mirada. Aquí, el visitante no solo observa: participa, aprende, saborea y se deja llevar por el ritmo pausado de la vida isleña.

Razones para su nominación

La cultura en estas islas no se limita a ser un atractivo turístico: es el alma de la vida diaria. El pueblo raizal habla creole, español e inglés con la misma naturalidad con la que teje sus redes de pesca o prepara un rondón, el plato emblemático que combina pescado, caracol, dumplings y leche de coco.

Las mujeres son guardianas de tradiciones centenarias: elaboran artesanías con palma, transmiten cantos de mentó y calipso a las nuevas generaciones y lideran emprendimientos turísticos que muestran el territorio desde su mirada. Aquí, el visitante no solo observa: participa, aprende, saborea y se deja llevar por el ritmo pausado de la vida isleña.

· Turismo comunitario que distribuye beneficios de forma equitativa.

· Protección activa de ecosistemas frágiles, como su arrecife y manglares.

· Patrimonio cultural vivo, con música, gastronomía y artesanía local.

· Infraestructura turística sostenible, diseñada para conservar el carácter isleño.

Un destino que enamora a viajeros conscientes

Quienes llegan a estas islas encuentran un lugar donde la hospitalidad es genuina, donde cada plato cuenta una historia y cada recorrido por senderos y miradores ofrece un nuevo descubrimiento. Desde el Old Providence McBean Lagoon con su mar interior y su sendero ecológico, hasta la tranquila Santa Catalina, con sus casas de colores y el emblemático puente Lovers Lane, cada rincón invita a quedarse un poco más.

Según estudios globales, los viajeros de hoy valoran experiencias auténticas, seguras, responsables y conectadas con las comunidades locales. Providencia y Santa Catalina ofrecen todo esto, y lo hacen sin perder su esencia.