Sesquilé

el primer pueblo dorado

Por:
Mariana Perea Urrea
 

Audiovisual:
Cristian Rubio
  

A tan solo una hora de Bogotá, Sesquilé se presenta como un destino rural que combina paisajes de altura, historia precolombina y una enorme diversidad de formas de vivir en armonía con el territorio.  Nominado por el MinCIT a los premios de ONU Turismo de ‘Best Tourism Village’, este municipio de Cundinamarca ofrece una experiencia que une las tradiciones campesinas, con las raíces indígenas y una profunda conexión entre la naturaleza y lo espiritual.  

Entre montañas nubladas y rodeado por agua de lagunas y represas, Sesquilé es un lugar que ha sabido conservar su identidad, mientras abre sus puertas al mundo.  

Un lugar donde
el mito cobra vida
 

Sesquilé, cuyo nombre muisca significa “boquerón de la arroyada” o “agua caliente”, fue uno de los once pueblos del clan de Guatavita, parte esencial de la Confederación Muisca y uno de los puntos para el trueque de sal y productos agrícolas, en tiempos precolombinos. 

Sin embargo, el corazón espiritual de esta historia late en la laguna del Cacique de Guatavita. Para los muiscas, era “el ombligo del mundo”: un lugar sagrado donde se celebraba la ceremonia de coronación del cacique. En este ritual, el nuevo líder —tras superar una serie de pruebas— se sumergía en la laguna cubierto de polvo de oro, mientras la comunidad entregaba ofrendas de cobre y oro a la laguna. El acto simbolizaba la fecundación de la madre tierra y el inicio de un nuevo ciclo.  

Esta práctica ancestral dio origen a la leyenda de El Dorado, uno de los mitos más emblemáticos de América Latina. La imagen del cacique cubierto de oro y sumergiéndose en las aguas sagradas encendió la imaginación de conquistadores y exploradores, quienes creyeron que en el fondo de la laguna reposaban incalculables tesoros. Movidos por la ambición, en varias ocasiones —desde la época colonial hasta el siglo XX— intentaron vaciar la Laguna de Guatavita mediante excavaciones y canales de desagüe. Sin embargo, la imponente esmeralda de agua siguió en pie, y aunque las expediciones dejaron cicatrices en el paisaje, los misterios de la laguna siguen latentes. 

La conexión con el pasado sigue viva gracias al resguardo muisca ‘Los Hijos del Maíz’, que se encuentra en Sesquilé, y que busca mantener vivas las tradiciones y organización de este pueblo indígena. Víctor Chautá, miembro del resguardo y guía local, nos recuerda que:

Ser muisca hoy es seguir cuidando el territorio como lo hicieron nuestros abuelos, retribuirle a la comunidad con el trabajo diario y compartir el saber y la identidas para que para mantener nuestra cultura viva”.

En este resguardo los visitantes pueden conocer las formas de organización social de los muiscas, identificar plantas medicinales y realizar talleres para el moldeado de arcilla. Pero, sobre todo, en este espacio la experiencia es espiritual: aquí se pueden vivir experiencias de sanación a través de medicina tradicional, como el temazcal, por ejemplo, y rituales de para reconectar con nuestra propia espiritualidad. 

Entre montañas llenas de agua que protegen un corazón rural 

Las imponentes montañas de Sesquilé, perdidas entre un cielo gris, recuerdan los países más cinematográficos de bosques encantados y las casitas de los hobbits de la Comarca de El señor de los Anillos. Rutas como el páramo de Pan de Azúcar, el cerro de Las Tres Viejas o el cañón de las Águilas permiten descubrir frailejones centenarios, aves andinas y miradores que regalan vistas sobre el embalse del Tominé. 

En estos caminos se encuentra también la experiencia de ‘Los Abuelos de la Montaña’, una finca turística que invita a aprender lo mejor del campo. Allí, los visitantes pueden convertirse en campesinos por un día, practicar apicultura, cuidar huertas y comprender la importancia de producir de forma sostenible. Doña Rosa, una de sus anfitrionas, afirma:
En el turismo encontramos una forma de sostenernos, adaptándonos al cambio climático que ha afectado los ecosistemas de la montaña; hoy nos permite enseñar a otros el orgullo de ser campesino”

En Sesquilé, un municipio predominantemente agrícola donde la papa es la reina, el alma rural y campesina del pueblo se conserva como un tesoro, entre ruanas y botas pantaneras. El mercado campesino reúne productores, artesanos y cocineros que ofrecen productos frescos y preparaciones autóctonas. Por su parte, las fiestas del pueblo rescatan las tradiciones familiares que se conservan en las fincas: actividades como el concurso de pelar papas o el de ordeño, reviven la idiosincrasia de la ruralidad colombiana.  

Todo esto se ve reflejado más latentemente en la gastronomía local: las sopas de maíz pelado o el cuchuco están a la orden del día y calientan tanto el cuerpo como el corazón. Y de onces, se puede degustar el tradicional queso cuajada o campesino, con una buena aguapanela caliente

El turismo de bienestar tiene un lugar especial en Sesquilé. Talleres de arcilla, impartidos por artesanos como Gabriela Plata, invitan a moldear piezas únicas con materiales extraídos de la tierra local. En sus palabras:

Cada vasija que hago tiene un pedazo de Sesquilé; es barro, agua y fuego, como la historia de este pueblo”.

También hay experiencias dedicadas a la botánica y la medicina tradicional. A través del reconocimiento de plantas medicinales, se nos enseña cómo estas especies pueden transformarse en esencias y aromas que aportan a la salud, para equilibrar la mente y el espíritu.

A esta variedad de actividades y saberes se suma la presencia de comunidades quichuas provenientes de Ecuador, que han hecho de Sesquilé su hogar.

En los talleres que dictan, enseñan el arte de sus tejidos, cargados de símbolos y colores, diseñados a través de un mecanismo que se asemeja al sistema binario de los computadores .  

Estos son solo tan solo una muestra de cómo la diversidad cultural enriquece el alma del municipio.  

¿Qué significa ser un destino ejemplo para el turismo rural? 

La sostenibilidad no es aquí una moda, sino un compromiso tangible. El turismo comunitario, la protección del páramo y el fortalecimiento de cadenas productivas rurales garantizan que las futuras generaciones hereden un lugar lleno de vida, historia y oportunidades. Una comunidad que, al igual que las aguas que la rodean, mantiene puro el corazón, pese a su cercanía con la capital colombiana. 

Sesquilé no necesita inventarse un relato para cautivar: lo tiene en sus aguas sagradas, en sus montañas, en las manos que tejen y en las voces que aún mantienen vivas las historias que han pasado de generación.  

Es un pueblo donde cada experiencia deja reflexiones, vínculos y una comprensión más profunda de lo que significa habitar un territorio.