Colombia, tierra de 115 pueblos indígenas, es un país que guarda en sus entrañas la esencia de un conocimiento ancestral que ha sobrevivido a la modernidad. En sus lenguas, rituales y tradiciones, está la memoria de cómo convivir con la naturaleza sin dañarla, de cómo viajar sin invadir, de cómo transformar sin destruir. 

115

pueblos indígenas

Este saber milenario se abre paso en una nueva forma de conocer el país: el turismo indígena, una experiencia que se mide en encuentros y aprendizajes. Una invitación a mirar más despacio, a escuchar con respeto y a dejarse tocar por la fuerza de la tierra.

“Nosotros no hacemos turismo para ganar dinero, lo hacemos para defender la vida”

dice con serenidad Noé, un líder del resguardo de Puracé mientras observa el volcán que lleva el mismo nombre. “Cada vez que llega alguien a nuestra comunidad, le pedimos que camine despacio, que respire, que sienta la energía de este lugar. Eso es lo que queremos compartir”. 

En Colombia, los pueblos indígenas han entendido que el turismo puede ser una herramienta para enseñar, preservar y conectar. En sus manos, esta actividad se convierte en un acto de resistencia cultural, en una manera de mostrar que existen otras formas de habitar el territorio y de aprender de él. 

Para ellos, recibir visitantes no es abrir un negocio, es abrir un círculo. El fuego se enciende en el centro, se comparte la palabra y se ofrece alimento al espíritu.

“Queremos que quienes vienen a conocernos entiendan que la naturaleza no está afuera y que todos somos parte de ella. Si desperdiciamos el agua, nos dañamos a nosotros mismos”. 

Puracé, donde la tierra respira sabiduría

Puracé significa “montaña de fuego” en lengua quechua. Es un territorio de contrastes, el frío del páramo se mezcla con el vapor de las aguas termales, el silencio se rompe con el vuelo de los cóndores y se respira frescura en el blanco de las nubes que acarician las cumbres.

Aquí, el turismo se vive como un diálogo con la naturaleza. Quien llega participa, aprende, comparte. Los visitantes pueden recorrer senderos guiados por sabedores locales que explican la relación espiritual con cada planta, cada fuente de agua y cada animal. También pueden conocer el proceso del azufre, visitar las cascadas o admirar los colores azules y verdes que se mezclan en las aguas termales que, según las creencias, te conectan con las maravillas que nos da la tierra. 

En el resguardo indígena, las mujeres ofrecen alimentos preparados con productos del territorio: carantanta, papas, maíz, trucha recién pescada. Todo tiene un sentido, un origen, una historia. “Aquí nada se desperdicia, nada se toma sin pedir permiso” dice Doña Doris, guía turística. “Cocinar es también cuidar, es dar gracias por lo que la tierra nos da”.

Puracé es un ejemplo de cómo el turismo indígena no destruye, enseña. No extrae, fortalece. No divide, une. Es un espacio donde los visitantes aprenden sobre el equilibrio entre desarrollo y respeto, donde cada paso recuerda que la tierra no necesita ser conquistada, sino comprendida.