Por:
Alejandro Gómez 

Audiovisual:
Unidad Creativa Fontur

Un molusco que lo cuenta todo en el Pacífico colombiano 

En el corazón del Pacífico colombiano, entre raíces de mangle, cantos de recolección y saberes heredados, habita una joya oscura que lleva siglos alimentando cuerpos, memorias y territorios: la piangua. Su nombre científico es Anadara tuberculosa, pero en las bocas del litoral tiene muchos otros nombres, dichos en muchos otros acentos. Porque más que un molusco, la piangua es símbolo de arraigo, biodiversidad, sabiduría femenina y resistencia territorial. 

Crece en las raíces de los manglares, esos bosques anfibios que respiran al ritmo de las mareas. Allí, las mujeres piangüeras —madres, lideresas, sabedoras, guardianas del agua— sumergen sus manos en el barro como quien busca en la tierra una historia. Lo que sacan no es solo alimento: es una narrativa viva de trabajo, transmisión oral, cocina ancestral, autonomía económica y dignidad. 

Para muchas mujeres del litoral, la recolección de piangua es una escuela de vida. Desde niñas aprenden a leer la luna, a respetar el ciclo de las mareas, a caminar entre raíces con destreza y a cuidar los manglares como una extensión de su propio cuerpo. Allí no solo recolectan moluscos: siembran valores, construyen comunidad y sostienen generaciones. 

La piangua no es un ingrediente más: es una protagonista del fogón pacífico, presente en recetas que son tan diversas como los territorios donde se cocina. Cada preparación es única y responde al conocimiento de quien la elabora, al contexto familiar, al tipo de mangle, al clima del día y al tiempo de recolección. 

La piangua se consume en tamales envueltos en hojas de plátano, cocinados con arroz de coco, ají y hierbas locales. En Tumaco, es común encontrarla en tapados de mariscos donde la piangua aporta su sabor intenso y mineral. En Guapi, se prepara en caldos con plátano pintón y cilantro cimarrón. En Timbiquí, es parte del tradicional encocado, mientras que en Santa Bárbara de Iscuandé no falta en los ceviches callejeros, marinados con limón, cebolla morada y toques de borojó.

  

En cada plato hay una memoria: la de una abuela que enseñó, una madre que compartió, una comunidad que resiste. La piangua es, además, el sustento de redes solidarias de comercialización lideradas por mujeres, que transforman el valor del producto y aseguran ingresos para cientos de hogares rurales. 

Turismo con sabor a manglar 

  • Acompañar a las piangüeras en la recolección dentro del manglar, entendiendo sus técnicas, cantos y sabidurías. 

  • Participar en talleres de cocina ancestral, donde se preparan platos típicos con ingredientes locales y mucho relato. 

  • Navegar por esteros y ciénagas mientras aprenden sobre la biodiversidad del ecosistema manglar. 

  • Compartir con asociaciones de mujeres que hoy lideran procesos de empoderamiento, defensa del territorio y educación ambiental. 

Hoy, la piangua también es un puente entre turismo, sostenibilidad y justicia social. En municipios como Guapi, Timbiquí, López de Micay, Tumaco, Santa Bárbara de Iscuandé, El Charco, Olaya Herrera y Mosquera, diversas comunidades han impulsado proyectos de turismo comunitario en los que la experiencia con la piangua es central. Quienes visitan estos territorios pueden: 

Allí, el turismo no irrumpe ni consume: dialoga, aprende y retribuye. Se trata de una apuesta por un turismo que no romantiza la pobreza, sino que reconoce el valor del conocimiento ancestral y el liderazgo de las mujeres negras, rurales e históricamente invisibilizadas. 

Cuando hablamos de piangua, hablamos de vida 

Hablar de piangua es hablar de biodiversidad, equidad de género, justicia ambiental y soberanía alimentaria. Es una historia viva que combina el grito silencioso del mangle, el canto de las piangüeras y el fuego lento del fogón. 

Cada piangua extraída con respeto es un acto de resistencia. Cada plato servido, una declaración de identidad. Cada ruta turística bien pensada, una posibilidad de transformar realidades sin arrancar raíces. Cuidar la biodiversidad no es solo proteger especies: es proteger a quienes viven con ellas, de ellas y para ellas.