Por:
Mariana Perea María Paula Rojas

Audiovisual:
Cristian Rubio
María Alexandra Marín
Unidad Creativa Fontur

Fotos: cortesía de Paradise de Colors

Hoy más que nunca, viajar no solo se trata de conocer nuevos paisajes o tomar fotos bonitas. También se trata de cómo llegamos, cómo nos relacionamos con los lugares que visitamos y, sobre todo, qué dejamos cuando nos vamos. El turismo regenerativo es una forma de viajar que busca eso: dejar cada destino mejor de como lo encontramos. Esto es algo que va más allá de simplemente “no contaminar” o “no dañar”. Es una invitación a cuidar, restaurar, devolver, agradecer. Es un llamado a conectarnos de verdad con las comunidades, la naturaleza y la historia de los lugares, y ser parte de una experiencia que transforma vidas.  

Una forma de retribuir y sanar 

El concepto del turismo regenerativo busca dar nombre a un cambio profundo en la forma de viajar y conocer. La idea es que más allá de la experiencia y el disfrute, se promueva una conciencia real sobre el territorio en todas sus dimensiones al comprender que cada destino es un lugar único, como la huella dactilar de un ser humano.

Este enfoque parte del reconocimiento de que los territorios son organismos vivos y que el turismo puede ser una herramienta para sanarlos. Por eso, el turismo regenerativo incorpora prácticas como la restauración ecológica, la limpieza de ecosistemas, el fortalecimiento de tradiciones culturales y la participación de los visitantes en iniciativas comunitarias. No se trata solo de reducir impactos negativos, sino de generar acciones positivas al ser otro tipo de visitante. Se trata de entender que al viajar uno es invitado a un destino y siempre se puede dejar algo más que una retribución económica. 

El turismo regenerativo: una gran oportunidad para Colombia 

Colombia es el segundo país más biodiverso del planeta, hogar de más de 50.000 especies de fauna y flora y un sitio con una de las mayores concentraciones de culturas y lenguas indígenas en el mundo. Su riqueza natural y pluricultural es también su mayor responsabilidad. Proteger estos tesoros es un deber colectivo y el turismo regenerativo aparece como una vía concreta para lograrlo.

En un territorio donde conviven selvas, páramos, arrecifes de coral, sabanas, desiertos y humedales, entre tantas otras manifestaciones ecosistémicas, las posibilidades para desarrollar experiencias regenerativas son tan diversas como sus paisajes. Desde siembras comunitarias y voluntariados ecológicos hasta talleres con sabedores ancestrales, Colombia es un escenario privilegiado para que el turismo no solo sea responsable, sino también restaurador. 

Colombia ha comenzado a implementar mecanismos financieros para que el turismo contribuya directamente a la protección de la naturaleza. Entre ellos destacan los bonos de compensación ambiental, que funcionan como un sistema para mitigar los impactos generados por ciertas actividades económicas, incluyendo el turismo. Estos recursos pueden destinarse a áreas estratégicas como reservas naturales, parques nacionales o territorios colectivos que desempeñan un papel clave en la conservación. Por otro lado, un camino innovador e incipiente son los bonos de biodiversidad, que permiten a empresas y viajeros aportar recursos a iniciativas de restauración ecológica, monitoreo de especies y educación ambiental.  

Más allá de estas herramientas económicas, hoy en día desde acciones tan sencillas como el fortalecimiento del turismo comunitario se implementan prácticas de restauración social y ecológica, que buscan involucrar activamente a los viajeros en la conservación y revitalización de los destinos, donde ya tenemos algunas experiencias exitosas en el país, y que ahora sirven de ejemplo para otros territorios.  

Caso destacado: San Andrés, restaurar el mar y la comunidad 

En una isla del Caribe colombiano, donde durante años el turismo masivo ha erosionado los ecosistemas y ha alejado al visitante de la realidad del territorio, ha comenzado a gestarse un cambio profundo. Allí, una nueva forma de hacer turismo ha demostrado que es posible sanar lo que ha sido afectado, tanto en el mar como en la comunidad.  

A partir del buceo y la relación íntima con el océano, surgió una propuesta que va más allá del descanso tradicional. Se han diseñado rutas que invitan a cuidar y aprender: siembra de corales, limpieza del arrecife, cocina tradicional raizal y espacios para escuchar las memorias vivas de la isla. En lugar de dejar residuos, esta forma de turismo busca dejar bienestar, conexión y sentido

En una de las acciones más simbólicas, buzos locales se sumergen para liberar a los corales atrapados por hilos de pesca de nailon: delgados, casi invisibles, pero letales. Estas líneas abandonadas estrangulan lentamente la vida marina, matándola en silencio. Removerlas requiere conocimiento, cuidado y compromiso. Quienes lo hacen describen la experiencia como darle oxígeno al mar

El impacto va mucho más allá de lo ambiental. El 95% de los recursos que se generan permanecen en la comunidad. Agricultores, pescadores, cocineras, guías y jóvenes buzos participan activamente, haciendo del turismo una oportunidad real para el desarrollo local, la justicia económica y el fortalecimiento de la identidad cultural. 

Este modelo demuestra que el turismo puede ser una herramienta para sanar. Que cuando el visitante se conecta con el lugar, lo valora y lo respeta, no solo se lleva recuerdos que cambian su vida, sino que al viajar puede transformar el mundo.