murillo, tolima
El guardián del nevado del ruiz
Por: Diana González García
Audiovisual: Laura Arboleda Valencia

Enclavado en las laderas verdes del Parque Nacional Natural Los Nevados, a 2.950 metros sobre el nivel del mar, Murillo, en el departamento del Tolima, parece un lugar detenido en el tiempo, donde la naturaleza, la tradición y la hospitalidad conviven en perfecta armonía. Este año, su nombre ha resonado más allá de las montañas gracias a su nominación a los Best Tourism Villages 2025 de ONU Turismo, un reconocimiento que valora su compromiso con el turismo sostenible, la preservación cultural y el desarrollo comunitario.
un pueblo nacido de dos raíces
La historia de Murillo se teje, como sus famosas ruanas, con hilos de dos culturas. Breiner Sanabria, uno de sus líderes turísticos, recuerda que el municipio fue fundado en 1872 por colonos antioqueños, quienes trajeron consigo su arquitectura de “tabla parada” —esas fachadas de madera vertical pintadas con colores vivos— y su carácter laborioso. Hacia la década de 1930, una migración boyacense aportó costumbres agrícolas, gastronomía y un particular sentido de comunidad.
De ese mestizaje cultural nació la identidad de Murillo: gente amable, orgullosa de su tierra, que saluda a cada visitante como si fuera un vecino más.
Hoy, unas 134 casas construidas con la técnica de tabla parada están catalogadas como bienes de interés cultural, formando un conjunto arquitectónico único que colorea las calles empinadas del pueblo. Caminar por su parque principal es un viaje visual al pasado, con el imponente volcán Nevado del Ruiz como guardián al horizonte.

El Nevado: símbolo y memoria
Para Murillo, el Nevado del Ruiz es parte esencial de su historia y su identidad. La erupción de 1985 dejó huellas imborrables en la memoria colectiva y transformó la dinámica del territorio. Sin embargo, lejos de alejar a la comunidad, reforzó el vínculo de sus habitantes con la montaña.
“Es nuestro guardián, nuestra raíz. Vivir bajo su mirada nos recuerda de dónde venimos y quiénes somos”, afirma Breiner.
Ese profundo respeto por la naturaleza ha impulsado al municipio a desarrollar un turismo responsable, que prioriza la conservación de sus ecosistemas de páramo, sus cascadas cristalinas y su biodiversidad única.
Un paraíso de experiencias
Murillo es un lugar para vivir despacio. Sus experiencias turísticas combinan aventura, bienestar y un contacto genuino con la cultura local.
Quien lo visita puede sumergirse en aguas termales naturales, recorrer senderos de montaña a pie, en bicicleta o a caballo, observar más de 250 especies de aves —entre ellas el emblemático colibrí chivito de los nevados— o simplemente sentarse a contemplar el amanecer teñido de tonos rosados sobre el Nevado.
El agroturismo es otro de sus grandes atractivos. En la vereda La Esperanza, Haiden Pinilla recibe visitantes en su finca, donde enseña el ordeño manual de vacas, el cuidado de truchas (desde su reproducción hasta su procesamiento) y la crianza de animales de granja. “Queremos que la gente viva nuestro día a día y entienda por qué amamos tanto el campo”, dice. Esta inmersión en la vida rural permite al viajero descubrir sabores auténticos y reconectar con la tranquilidad del entorno.
En Murillo también se puede recorer un valle de frailejones, plantas emblemáticas de los ecosistemas con altitud elevada. Además, en la vereda La Esperanza, se alza un imponente bosque de palma de cera que atrae a muchos de sus visitantes.

El arte de tejer abrigo y tradición
Si hay un símbolo tangible de Murillo es la ruana, prenda indispensable para enfrentar el frío de montaña. Marta Cecilia González y su esposo, José Eliécer Hernández, llevan décadas elaborando esta prenda de manera artesanal en un telar construido a mano.
En su taller, los visitantes aprenden el proceso completo: desde el hilado de la lana —ya sea de oveja criada en la región o acrílica importada— hasta el tejido final. Cada ruana puede ser personalizada en color, largo y diseño, convirtiéndose en un recuerdo cargado de significado.
“Para nosotros la ruana es tradición y orgullo. Es abrigo, identidad y arte hecho con nuestras manos”, asegura Marta, mientras invita a los viajeros a llevarse un pedazo de Murillo en forma de prenda.
cultura y naturaleza en equilibrio
La nominación a los Best Tourism Villages no es casualidad. Murillo ha logrado conjugar la preservación de su patrimonio arquitectónico y cultural con una oferta turística que respeta el entorno. La comunidad ha organizado nodos de turismo comunitario en sectores como El Bosque y El Tambo, donde se articulan actividades agrícolas, artesanales y de naturaleza.
En un mismo día, un visitante puede pedalear hasta una finca para disfrutar de una aguapanela con queso, caminar hacia una cascada gélida para un baño revitalizante, degustar café de altura en el Café Salinas y terminar la jornada en una cabalgata por caminos de herradura que cuentan siglos de historia.

La hospitalidad como marca registrada
Más allá de sus paisajes, lo que enamora de Murillo es la calidez de su gente. No es raro que un turista que planeaba quedarse dos días termine prolongando su visita un poco más. La cordialidad, el orden y la limpieza del municipio —rasgos destacados por sus propios habitantes— crean un ambiente seguro y agradable.
En palabras de Haiden Pinilla: “Aquí la tranquilidad se respira. No hay ruido, no hay prisa, solo el sonido de la naturaleza y la vida en paz”.

un futuro que abraza su pasado
El reto de Murillo hacia el futuro es seguir creciendo como destino sin perder la esencia que lo hace único. La nominación internacional no solo reconoce lo que ya es, sino que impulsa a fortalecer su modelo de turismo responsable, involucrando a más familias y preservando la riqueza natural y cultural que lo define.
Como dice Breiner Sanabria: “Murillo es una joya ambiental, cultural y humana. Sus valores ecosistémicos, su identidad y su gente lo hacen irrepetible”. Y quizá sea esa mezcla de autenticidad y belleza lo que hace que, al irse, el visitante ya esté pensando en volver.