territorios que dialogan entre culturas, sabores y naturaleza

En el suroriente colombiano, el departamento del Guaviare se ha ido consolidando como un territorio donde confluyen memorias indígenas, prácticas campesinas y escenarios naturales que narran procesos geológicos, sociales y culturales de largo aliento. Lejos de las imágenes simplificadas que durante años lo acompañaron, hoy es un destino que permite observar cómo las comunidades han tejido formas de permanencia y relación con su entorno, y cómo ese entorno ofrece claves para comprender la diversidad del país. 

En el Guaviare habitan comunidades pertenecientes a pueblos como los Nukak, Tukano, Piratapuyo, Sikuani, Jiw y Cubeo. Cada uno mantiene vínculos particulares con el bosque, los ríos y los sitios sagrados que se distribuyen a lo largo del departamento. Más que una referencia cultural, estos pueblos expresan modos de organización social y conocimientos que se transmiten a través de la oralidad, los rituales y la vida cotidiana. 

Los Nukak, por ejemplo, continúan siendo un referente por sus prácticas de movilidad y su relación directa con el territorio; los Sikuani mantienen tradiciones que articulan la palabra cantada con la historia de sus clanes; y los Jiw llevan consigo relatos que explican el origen de los paisajes que hoy se reconocen como destinos turísticos. En varios municipios existen iniciativas de turismo comunitario que permiten comprender estos elementos sin convertirlos en espectáculos, sino como oportunidades de diálogo intercultural. Las caminatas guiadas por líderes locales o las conversaciones en malocas comunitarias se han convertido en espacios donde visitantes y locales pueden compartir visiones sobre el manejo del territorio, el uso de plantas y la importancia de los sitios de memoria. 

La gastronomía del Guaviare refleja un cruce entre tradiciones indígenas, campesinas y prácticas recientes que han surgido con el intercambio entre regiones. Predominan ingredientes asociados a la pesca, la recolección y la agricultura a pequeña escala. 

Entre los productos más representativos se encuentran los pescados como el bocachico, el doncella o el bagre, preparados de formas que varían según la comunidad y la ocasión. Las tortas de mañoco, derivadas de la yuca brava, siguen siendo una base alimentaria con gran arraigo cultural. También son frecuentes los platos que combinan frutos como el arazá, el copoazú y el seje, utilizados tanto en bebidas como en recetas saladas y dulces. 

En las zonas rurales es posible encontrar almojábanas elaboradas con queso local, casabe que acompaña las comidas diarias y preparaciones con carne de res que dan cuenta de la presencia ganadera en el departamento. Cada una de estas prácticas culinarias muestra cómo el territorio ha permitido integrar ingredientes nativos con técnicas llegadas de otras regiones del país, generando una cocina que habla de movilidad, adaptación y permanencia. 

Uno de los escenarios más relevantes es la serranía de La Lindosa, donde afloran rocas del escudo guayanés que datan de miles de millones de años. Allí se encuentran paneles de arte rupestre en los que se observan escenas de caza, figuras humanas, animales y representaciones simbólicas que aún investigan arqueólogos y antropólogos. Estos sitios no solo ofrecen una aproximación al pasado remoto, sino que son referentes espirituales para los pueblos indígenas que habitan el territorio. 

El río Guaviare, que estructura la vida social y económica del departamento, facilita el acceso a lugares como el Puente de los Laberintos, la Ciudad de Piedra y al valle de los Cerros, donde los visitantes recorren senderos entre formaciones naturales que parecen corredores y anfiteatros. Las lagunas del sector de Nare, con presencia de delfines de río, se han convertido en un atractivo que permite observar la relación entre fauna y dinámicas fluviales. 

Durante ciertos meses del año, los afluentes adquieren tonalidades rojizas debido a la presencia unas plantas acuáticas llamadas macarenias, fenómeno que recuerda a los procesos ecológicos que conectan al Guaviare con la sierra de La Macarena, en el departamento del Meta. Estos cambios estacionales permiten comprender la sensibilidad del territorio frente a variaciones climáticas y prácticas humanas.  

El turismo en Guaviare se ha desarrollado de manera gradual gracias a la participación de organizaciones comunitarias, de las autoridades locales y de emprendimientos que buscan integrar la conservación con actividades sostenibles. Además, el fortalecimiento de los guías locales ha sido clave para garantizar que las visitas incorporen elementos pedagógicos y respetuosos con las comunidades indígenas y los ecosistemas. 

De igual forma, iniciativas surgidas en San José del Guaviare y en veredas del entorno han logrado articular rutas que combinan senderismo, interpretación ambiental, observación de aves, experiencias gastronómicas y encuentros interculturales. Este modelo, aún en evolución, muestra cómo un territorio que en el pasado enfrentó múltiples tensiones hoy construye maneras distintas de relacionarse con sus visitantes. 

GUAVIARE:

¿por qué no?

Este departamento invita a observar la diversidad colombiana sin recurrir a narrativas simplificadas. Sus comunidades indígenas y campesinas, su cocina basada en prácticas de adaptación y sus paisajes que evidencian procesos geológicos únicos construyen un escenario que desafía estereotipos y abre posibilidades para entender el territorio desde la complejidad. 

Más que un destino para “descubrir”, es un lugar para aprender: sobre la relación entre culturas y naturaleza, sobre las formas de habitar la selva y sobre las iniciativas locales que buscan construir futuro a partir de la memoria y del respeto por el entorno. Allí, el turismo funciona como un puente que permite que diversas voces se encuentren y que nuevas historias empiecen a contarse. 

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